Antes de ELA: mi vocación como maestra

Encontrar la vocación en la vida no es fácil. Se requiere de conocer los gustos, intereses y aptitudes que tengamos para realizar una actividad que nos llene plenamente y dé satisfacción. Ese descubrimiento a veces es muy complejo. Por lo general, en la secundaria sentimos afinidad con alguna materia. En mi caso fue por la química. Así que decidí estudiar químico farmacobiólogo en la universidad. Recuerdo que el tiempo volaba cuando estaba en el laboratorio, pero no me sentí plena hasta que trabajé frente a un grupo de alumnos enseñando ciencias naturales.

Empecé a trabajar como docente en el Conalep "Tlalnepantla II". Me gustó trabajar con jóvenes entusiastas y comprometidos. Aunque mis conocimientos eran muy afines a la carrera que enseñaba, reconozco que carecía de la didáctica y algunas herramientas docentes. Al siguiente año empecé a trabajar en Secundarias Técnicas. Al terminar el ciclo escolar, comencé mis estudios de Licenciatura en Educación Media. No fue fácil estudiar, trabajar, criar dos hijas y tener un embarazo a media carrera. Durante este tiempo fui aplicando mis conocimientos en mi práctica docente. Cuando enseñaba a mis alumnos pensaba en cómo podría hacer mejor mi trabajo para que su aprendizaje fuera óptimo. Algo que me ayudó en gran manera fue tratar de no ser muy estricta, ni tampoco muy relajada. Mantener un equilibrio en el aula permitía que los alumnos se sintieran en confianza, pero al mismo tiempo respetaran el orden esperado en el salón de clases

Antes de recibir el diagnóstico de mi enfermedad, trabajé como maestra frente a grupo en Secundarias Técnicas, Estatales y Conalep en el Estado de México y Nuevo León. Empecé con los síntomas de la enfermedad en 2009. Tuve una cirugía después un accidente laboral por el que estuve incapacitada varios meses. No obstante, regresé a trabajar con un cambio de actividad en Secundarias Técnicas. Sin embargo, esto no aplicó para las 8 horas que tenía en Secundaria Estatal y tuve que trabajar con la ayuda de un andador y mi padre. Al principio mi papá tenía dudas de que pudiera trabajar y controlar a los alumnos. Cuando veía que los estudiantes se paraban, se acercaba a ellos y muy serio les pedía que se sentaran. Al percatarme de la preocupación que sentía, le dije que se sentara junto a mí y que yo podía establecer el orden en el aula. Decidida a que lo podía hacer, sin mucha energía me dirigí a los alumnos y ellos se ordenaron. Recuerdo que mi padre estaba complacido de ver que podía hacer mi trabajo. Continúe laborando por 6 meses y los siguientes dos años obtuve una beca comisión para estudiar una maestría en educación. Estudié la maestría en Tecmilenio campus San Nicolás. A un par de meses de iniciar mi programa de posgrado fui diagnosticada con ELA. Mientras estudiaba obtuve dos certificaciones,una en competencias y otra como docente en línea. Al final de mis estudios necesité que mis hijas me ayudarán a escribir, ya que no podía mover mis dedos. No obstante, podía mover el ratón de la computadora y de esta forma hacía las investigaciones de mis trabajos. Mis hijas sólo escribían lo que yo les indicaba. Si la licenciatura había sido difícil estudiar, la maestría, con la enfermedad minimizando mis facultades físicas, fue aún más difícil. No obstante, concluí mi maestría con un promedio honorable.

Durante los más de 20 años que trabajé como docente tuve infinidad de experiencias,pero dos de las más destacadas tienen que ver precisamente con alumnos con capacidades especiales. El primero fue un alumno del Conalep, quien era invidente y se apellidaba Blanco. Yo impartía la asignatura de química, la cual se daba a alumnos, inscritos o egresados, para que concluyeran el bachillerato junto con una carrera técnica. Para poder aprobar la materia, los estudiantes forzosamente debían acreditar el examen de Secretaria de Educación (CENEVAL), por tal motivo los alumnos debían prepararse y aprender muy bien. Al percatarme de la limitación visual de mi estudiante, prioricé la enseñanza auditiva en el grupo sin dejar de utilizar la enseñanza visual o alguna otra. Procuraba hacer dinámicas de grupo para repasar los contenidos. En una ocasión organicé equipos y elaboré preguntas para ser contestadas. Si algún equipo no sabía la respuesta correcta, la pregunta pasaba a los otros equipos hasta que alguien acertará. Una de las preguntas era de análisis, para determinar cómo obtener un compuesto químico. Solamente la persona que entendía bien el tema podría contestar correctamente. Nadie supo la respuesta excepto mi alumno invidente. Sus compañeros no lo podían creer. Uno de los estudiantes dijo, para justificarseque como su compañero no veía, él no se distraía y que por eso él sabía más que ellos. Obviamente sus propios amigos le dijeron que mejor se callara. El progreso académico de Blanco me dio una de las mayores satisfacciones como docente. Todos los exámenes los presentó oralmente y obtuvo excelentes calificaciones. Indudablemente, este estudiante no dejó que su discapacidad visual limitará su desarrollo cognitivo y progreso académico. Al contrario, estaba más avanzado y preparado que sus pares. Sentí un gran gozo de ayudar a mi alumno en su preparación académica, al mismo tiempo que reforcé su confianza en sí mismo.

Mi segunda experiencia la tuve con un estudiante de primer grado de secundaria técnica. Yo impartía la asignatura de biología. El curso se aprobaba con una calificación del 75%, pero dicho estudiante parecía que no podría acreditar. Era muy inquieto y no hacía trabajos en el aula ni en su casa. Un día, decidida a que trabajara, senté a este estudiante junto a mi escritorio. Le dije que copiará a mano el glosario del curso para que estudiara todo. Indiqué que no se iría del aula hasta concluir una página escrita. Al principio estuvo sentado sin escribir más que un par de líneas, pero comenzó a escribiral ver que sus compañeros se fueron y se quedó solo en el salón. Después de varias horas y de estar cuidando al alumno junto con los grupos que debía atenderéste por fin terminó de escribir. Al revisar el manuscrito, pude ver que todas las letras "d" estaban escritas como "b". Con gran asombro descubrí que mi alumno padecía de dislexia. De inmediato le pedí que me acompañará a la dirección. Mientras caminaba, sentí un gran pesar por este joven, su diagnóstico debió de hacerse a temprana edad para ayudarle. Llevaba muchos años estudiando y nadie se había percatado de su padecimiento. Al llegar a la dirección, hablé con la subdirectora y le relaté lo acontecido. Me despedí del estudiante asegurándome de que su problema sería atendido. En efecto, al día siguiente fue transferido al turno matutino en donde recibió atención psicológica y ayuda de un docente especializado. Cuando un maestro se encuentra frente a un estudiante que no quiere trabajar debe indagar la raíz del problema. No siempre será un caso extremo como el que mencioné. Por lo general tiene que ver con una dificultad de aprendizaje y no con holgazanería como muchos educadores creen e incluso reprochan a sus pupilos. No lo digo yo sólo por mi experiencia, sino que los estudios confirman que los educandos prefieren ser considerados flojos antes que ser expuestos como tontos frente a su grupo. De tal modosi se atienden los problemas de aprendizaje inmediatamente se pueden ver resultados con los alumnos. 

A veces no valoramos el trabajo de un maestro en la vida de sus estudiantes y dudamos de su capacidad o preparación. Yo lo constaté cuando mi hija mayor aprendió a leer y escribir. Le pedí a la educadora de preescolar que enseñara a la niña en vacaciones de verano a leer y escribir. Ella aceptó, aclarado que usaría el único método que sabía, pero de forma intensiva. Indicó que la alumna debía copiar y repetir en voz alta cada palabra copiada, algo en lo que no había prestado atención cuando mi hija hacía la tarea. Pronto percibí el avance en la lectoescritura de mi hija. Mover sus músculos de su mano y brazo, así como visualizar y repetir cada palabra, permitió su avance cognitivo. Su aprendizaje no se debió a las veces que repitió cada frase sino a la concentración y dedicación con que hizo cada oración. El aprendizaje se puede lograr con herramientas tan sencillas como un lápiz y una libreta, si se tiene un buen maestro. Desde entonces tomé muy en cuenta las instrucciones de los docentes. Cuando mis hijas me pedían ayuda en sus tareas académicas, lo hacía después que ellas siguieran las indicaciones de sus maestros e hicieran todo lo que pudieran. Generalmente me limitaba a revisar su tarea finalizada. 

Uno de los diplomados que más apoyó mi carrera, trabajo docente y enseñanza en el hogar fue impartido por la Secretaria de Educación en Nuevo León. Se titulaba "Herramientas para alumnos sobresalientes". En este diplomado aprendí acerca de las inteligencias múltiples. Un tema que apenas empezaba a difundirse en ese tiempo, revolucionando y mejorando la enseñanza. Las inteligencias múltiples reconocen que los seres humanos tienen, según Gardner, autor de dicha teoría, una gama de capacidades ―inteligencias múltiples― que les permiten adaptarse a su entorno. Fue algo sin precedente en el área pedagógica. Basta decir que no todos tenemos las mismas ni todas las inteligencias. Por ejemplo, algunos pueden tener la inteligencia lógico-matemática, pero no la musical. Esto no hace a las personas más o menos listas, sino diferentes y únicas. Además de estudiar múltiples temas, elaboré encuestas, creé un centro de trabajo sobre el cuidado del medio ambiente, desarrollé fichas de trabajo y apliqué mi conocimiento con uno de mis grupos. Escogí un grupo formado por puros varones de primer grado de secundaria. Pareciera que habían escogido a los alumnos más inquietos de la escuela. Fue todo un reto trabajar con ellos, sin duda alguna pensé que si las herramientas del diplomado funcionaban con estos alumnos, seguramente servirían para la mayoría de los estudiantes. Con beneplácito vi que los educandos estuvieron trabajando, poniendo atención y por ende su aprovechamiento mejoró. Además de la satisfacción personal por el buen desempeño de mis alumnos, mi trabajo docente fue reconocido por mi subdirectora. Durante varios años busqué sin mucho éxito un cambio de escuela cerca de mi domicilio. La subdirectora era esposa del secretario de conflictos de Secundarias Técnicas, ella le habló del trabajo que había hecho con los estudiantes. Al terminar el ciclo escolar, recibí mi cambio de plantel. Con casi tiempo completo, logré moverme cerca de mi casa. Aún con el cambio dado, no fui aceptada por el nuevo director. Regresé triste a mi anterior plantel. No obstante, la subdirectora me dijo que volviera a ir y que todo saldría bien. Fui de nuevo a otra entrevista con el director, con gran incertidumbre llevando cuanto título y certificado teníaCuál fue mi asombro que el director me dijera, que el secretario de conflictos se expresó de mi como una excelente maestra, pese a que mi director trató de desacreditarme. Yo ignoraba que ambos directivos trabajaban juntos en una secundaria nocturna. Dado que nunca formé parte del grupo político de mi director, éste procuraba perjudicarme. Sentí un gran alivio de poder incorporarme a trabajar. Sin exagerar, llegué a la escuela de mis sueños.

Mientras escribía está publicación, encontré una entrevista del Profesor Howard Gardner, a quien cité con anterioridad. En sus recientes investigaciones sobresale la siguiente declaración: " una mala persona no llega nunca a ser buen profesional." Es verdad, para lograr la excelencia se requiere de comprometerse a servir a los demás y realizar toda acción con ética, renunciando al ego y avariciaNo es novedad para los que ejercen la fe, que los buenos reciben su galardón. Sin embargo, viniendo de un intelectual, tal aseveración es muy esperanzadora. Ahora podemos ver con más claridad que al hacer el bien y lo que es correcto, no sólo somos útiles a los demás,sino que nos vamos perfeccionando. Un claro ejemplo es mi ex director, Manuel Gonzalez, con quien trabajé en la Secundaria Técnica No. 74 en Escobedo, NuevoLeón. Su excelencia, compromiso y ética convirtieron está institución en una de las mejores del estadoComo resultado de una honesta y sabía administración de los bienes de la institución que lideró el Profesor Manuel, la escuela llegó a tener bellas, cómodas, eficientes, óptimas y equipadas instalaciones. Además, la organización tanto administrativa como laboral tenían orden, responsabilidad y planeación. Se consideraban las necesidades de toda la comunidad educativa, desde alumnos hasta empleados. Por ejemplo, los alumnos gozaban de sillas con asientos y respaldos suaves y cómodos. Esto era algo inédito en las instituciones educativas públicas. Sobretodo, para una escuela con aproximadamente 720 alumnos por turno. Aparte de la comodidad, se consideraban las carencias del alumnado, por lo que los sábados se les prestaban las computadoras con Internet en la escuela para hacer tareas. Deseo hacer énfasis en cómo la ética de una persona te hace rodearte de gente buena. En el caso de mi director, esto ocurrió al no aceptar conductas inapropiadas del personal en el plantel, por lo cual dichas personas eran retiradas de su puesto. De tal forma que eventualmente se conformó un equipo laboral con ética. Debido al aspecto humano que caracterizaba al director, quien siempre apoyó a los empleados, se creó un vínculo de confianza, amistad y respeto mutuo. Por primera vez me sentí en un ambiente laboral cordial y respetuoso. Entonces comprendí por qué indagó sobre mí antes de empezar a trabajar. Aunque nuestro primer encuentro fue difícil, mi director y yo llegamos a tener una gran amistad. Lo considero como parte de mi familia y su legado como líder excepcional quedará por siempre para todos los que tuvimos la dicha de conocerlo. Recuerdo que en las juntas colegiadas, evaluando el desempeño académico al principio del ciclo escolar, el profesor Manuel cuestionaba el alto porcentaje de reprobación de alumnos. Algunos docentes argumentaban la falta de conocimiento de contenidos básicos de cursos anteriores e indispensables para los estudiantes. Otros lo atribuían a la poca preparación y supervisión de los padres. En fin, la lista de quejas era larga. No obstante, el director terminaba diciendo: "está masa es la que hay, trabajemos con ella." Después de estas sabias palabras, nos ponía a buscar soluciones. Quiero destacar que el trabajo colaborativo de los compañeros docentes era profesional, cada uno trabajando en su área y haciendo que los estudiantes se desarrollarán integralmente. Fui testigo de esto tanto como docente como madre, al tener a mis hijas menores cursando su educación secundaria en dicha institución.

Quiero concluir precisamente haciendo alusión a las palabras del profesor Manuel. Debemos percibir a nuestra masa masa, que son nuestros alumnos, como una materia rica en capacidades excepcionales que como docentes podemos potencializar y perfeccionar en el proceso educativo. En cualquier contexto en que se encuentren los pupilos, recordemos que el capital humano es la mayor riqueza de una nación. Un buen maestro muestra el camino al andar y deja imborrables huellas dignas de seguir, recordar e imitar. Ofrezco un gran reconocimiento a mis queridos maestros quienes dieron alas a mi mente y abrieron mis ojos a un universo de conocimiento. Hoy en día puedo decir que nada ni nadie, incluso ELA, puede quitarme la satisfacción de seguir enseñando. Para todos los maestros con cariño.






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